Dag Solstad vuelve a las librerías españolas, después de su última aparición en Lengua de Trapo, hace más de una década. Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo trasladan al castellano, con su eficiencia habitual, las palabras del gigante de Sandefjord.
La premisa de salida del libro es simple: un hombre celebra la Nochebuena en soledad. Asiste a un asesinato desde la ventana de su casa y no lo denuncia.
La escena inicial de la novela nos sitúa en Oslo, una Navidad cualquiera, en un apartamento de clase media. Su propietario, Pål Andersen, un profesor universitario de literatura, en la mitad de su cincuentena, es el vehículo escogido para conducirnos en la lectura de esta historia de apenas ciento cincuenta páginas compuestas de largas frases, párrafos infinitos, sucesiones de puntos seguidos y escaso oxígeno espacial. El campo de minas ideal para un sendero lleno dudas, indecisión y una continua apología de la digresión bien entendida. Aquella que alimenta al lector con reflexiones en torno a la belleza, la vida, el arte, la vigencia de los clásicos y qué deja atrás cada generación.
“La literatura no sobrevive como pensábamos. Solo sobrevive en apariencia, y eso ya no es suficiente. Todo entusiasmo es simultáneo, y en nuestra época la simultaneidad es la capacidad inigualable del mercantilismo de crear ilusión y conmover los corazones de las masas. Él temía que hubieran sufrido una derrota definitiva.”
E Ibsen. Mucho Ibsen. Si el protagonista de “Pudor y dignidad” se obsesionaba con el significado de “El pato salvaje”, en “La noche del profesor Andersen”, “Espectros” toma más protagonismo, aunque es todo Ibsen y la capacidad del cánon clásico, en su globalidad, de continuar emocionando a presentes y futuros lectores, el que suscita las reflexiones más punzantes de nuestro protagonista.
“El profesor Andersen sentía lástima por sus alumnos, y se preguntaba si no había llegado la hora de expresar abiertamente sus sospechas de que la persona intelectual, reflexiva y lectora ya había sido descartada para siempre.”
Todo ello para esconder las razones, o quizás todo lo contrario, de la incapacidad de Andersen de denunciar el crimen al que asiste en los primeros compases del libro. Apatía; herencia generacional, cultural y política; miedo al rechazo de sus congéneres; pánico a la aprobación de sus colegas. El lector va abrazando y descartando causas a medida que Andersen le alimenta con las dudas que pueblan sus continuos diálogos consigo mismo.
El libro fue escrito en el 96, cuando el autor tenía la misma edad que su protagonista, y se sirve de una cena con amigos para dibujar una descripción nada complaciente de su generación. De su entorno, en particular, conformado por exitosos intelectuales y profesionales liberales que pretenden seguir habitando, desde la comodidad de sus barcos y segundas residencias, los márgenes más progresistas de la sociedad noruega. Unos personajes, unas filias y fobias, que reconocemos en parajes cercanos.
Los aficionados a otros contemporáneos noruegos, como Vigdis Hjört y, en especial, Kjell Askildsen, reconocerán en Pål Andersen el personaje de mediana edad que tiene un beber triste, cuando no iracundo, que fomenta más el monólogo interior que la exaltación de la amistad, y un rango de acción tan limitado como su exposición solar y optimismo.
“Todos deseamos hacernos personas más sabias con el paso del tiempo, ¿pero es verdad? En mi caso desde luego que no. No soy más sabio ahora de lo que era cuando tenía veinticinco años, simplemente soy mayor. Las experiencias que he cosechado no valen gran cosa más que para mí mismo. Mis experiencias no son un valor que pueda transmitir a otros más jóvenes, son un peso con el que tengo que cargar yo solo.”
Los lejanos ecos a Mersault y a Bartebly no debieran distraernos de la unicidad un personaje que se desgasta en un eterno debate en el que sus debilidades son las verdaderas protagonistas. Un profesor que duda de todo. De Dios y del hombre, para empezar. “Nadie puede tener su propio Dios. Ni siquiera el ateo”. De la profundidad y el impacto de la doctrina que enseña, que no quiere ser el que tire la primera piedra (“resulta demasiado primitivo”), y que pretende finalizar todo este recorrido de meses de dudas, teorías literarias y culpabilidades varias con un simple baño caliente.
Dag Solstad
La noche del profesor Andersen
Traducción de: Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo
Nordica Libros
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