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De Igor Goienetxea En Opinión

Gente que se marcha

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“Partly Fiction” (2012) es el intento de la realizadora suiza Sophie Huber de contar la vida de Harry Dean Stanton o al menos hacer una película sobre él. La película, el documental, son fragmentos de películas de HDS, planos fijos de HDS cantando rancheras, y las intervenciones de amigos suyos, como David Lynch. Son también las respuestas de HDS a preguntas que nosotros no hemos escuchado. Es un lobo solitario, dice. Una amante suya se quedó embarazada, pero nunca ha conocido a ese hijo, dice, en otro momento. “We bonded” (“Conectamos”, traduciríamos ahora), añade, para referirse a alguna otra relación, y de esa manera agotar todo lo que quiere decir sobre el asunto. El espectador se pregunta, yo me pregunto, qué tipo de vínculos podría establecerse entre este hombre que es un cactus y otro ser humano. El tiempo ha palpado su rostro; lo ha reconocido y lo ha dejado lleno de escombros. Acaba “Partly Fiction” y no sabemos casi nada de HDS. Eso puede deberse a la forma particular que ha elegido Huber; a la certeza de que el resumen autobiográfico, la lista ordenada de hechos escogidos de modo más o menos convencional, se parece a una vida del mismo modo en que examinar el mapa de una ciudad pueda parecerse a conocer esa ciudad; o a que es francamente difícil contar la vida de alguien que no tiene ninguna gana de hablar de sí mismo. Más me creo que una cosa lleve a la otra, y que esa hosquedad se transforme en propuesta narrativa y, al mismo tiempo, en renuncia a narrar. En admitir la imposibilidad de narrar, tal vez.

Matizo: acaba “Partly Fiction” y no podríamos escribir una nota para la Wikipedia sobre HDS, ni siquiera una muy breve. Nos tendríamos que resignar a explicar cómo nos ha conmovido. Una cosa es que no nos hayan contado nada y otra, bien distinta, que no haya sucedido nada. Esto segundo, que no haya sucedido nada, está completamente equivocado.

En fin: llega 2017 y alguien llamado John Carrol Lynch, conocido hasta entonces como actor, dirige “Lucky”. En una tierra apisonada por el calor, poblada por cactus que levantan hacia el cielo un dedo acusador o resignado, un viejo solitario sale de la cama cada día, se afeita la papada descolgada, hace ejercicios de estiramientos, va caminando hasta uno de esos bares que parecen estaciones de servicio galácticas, echa la mañana haciendo crucigramas, pasa el resto del día viendo concursos en la tele, y recibe a la noche bebiendo Bloody Marys en un bar del pueblo. Día tras día, hasta una mañana en la que se marea y se cae al suelo en el salón de su casa. Suena la campana, se acerca el closing time, viene a decirle el médico.

Lucky resume su biografía en dos ideogramas de pintor japonés: se ha enamorado alguna vez; no tiene hijos, que sepa; intervino en la II Guerra Mundial como cocinero en un Landing Ship Tank (buques que transportan tanques). Esto último está tomado de la biografía de HDS, así como otras cosas de la película están tomadas de su filmografía. No importa mucho, una vez hemos decidido que podemos ser personales sin ser específicos. Las apariciones de David Lynch en el bar, para lamentar la desaparición de su galápago, su mejor amigo, al que considera un emblema de sabiduría impenetrable para casi todos, se dejan leer en el plano simbólico (el respeto por el silencio perpetuo de su amigo HDS, que más que parapetarse detrás del silencio, quizá afirme que el silencio es todo lo que hay), en el referencial (las historias absurdas de las películas de Lynch, en algunas de las cuales participó HDS, y que no son rupturas del hilo lógico del mundo, sino apariciones de su verdadera naturaleza), y en el meramente narrativo. Si es que esto último existe; si es que no es lo mismo que lo anterior.

Hacia la mitad de la película hay una escena que hiela el alma. Lucky está acostado, sin poder dormir. Suena, solo para el espectador, “I see a darkness”, la versión de Johnny Cash, en un plano cenital de Lucky en la cama, con los ojos abiertos, frente al miedo del fin que se avecina. No podía ser otro cantante que ese, ni otra canción que esa. No me explico cómo el director sabe lo que estoy pensando mientras veo escena: que quiero verla sin la música, que es extraordinaria, pero quiero verla sin la música, porque el personaje está a solas con su miedo y su soledad, y yo quiero estar a solas con el personaje. Y entonces se para la música y se queda Lucky solo, arrebujado en la mantas, estoy seguro de que notando el frío que gotea en la colcha, viendo cómo la luz se aclara a medida que llega el fin de la noche.

No cuesta nada imaginar que “Lucky” es el reverso de “Partly Fiction”. “Vamos a volver a hacerlo. Volveremos a no contar nada de lo que puede escribirse más tarde en una redacción. Tendrás que cantar una ranchera, puede aparecer también David Lynch. Más o menos aquello, pero está vez diremos que es una película y no un documental”.

“I’m scared”, dice Lucky a una de las camareras que va a visitarlo por sorpresa. Lo dice con su uniforme doméstico: botas, sombrero vaquero, calzoncillos y camiseta. “Tengo miedo”. No hay disfraz, ni en la ropa ni en las palabras. Ni en el último primer plano de la película, en el que Lucky mira a cámara y la cuarta pared cae hecha pedazos: nos miran directamente a los ojos, sin actor, sin personaje, sin confesión, con revelación existencial completa, estremecidos porque no nos ha contado nada pero nos lo han dicho todo.

Luego, se aparta de la cámara y se pierde por un camino que se aleja.

Cine

Artículo de Igor Goienetxea

(Donostia, 1973). En los cuentos de animales de Horacio Quiroga sospechó por primera vez que la literatura era mucho más de lo creía. Después de la asfixia y el amor y la violencia elementales de esos cuentos ya no bastaban el entretenimiento ni los ornamentos. Hace más de treinta años que no los lee; es más seguro así. Cree que Morrissey se equivoca cuando dice que "there's more to life than books, you know, but not much more". Pero, con libros, la vida (con v minúscula, el retazo de vida concedido a cada uno), es mas fresca y amena. La suya, al menos. Ha aprendido, o va aprendiendo, a inclinar la cabeza ante la Vida, que no es lo mismo que agacharla. Después de la obsesión, llega o puede llegar el amor libre. Quiere pensar que su relación con la literatura, y con otras cosas que no son literatura, tiende a ser así.
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