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De David Pérez Vega En Ficción

La muerte baja en el ascensor, de María Angélica Bosco

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Editorial FCE. 154 páginas. 1ª edición de 1955; ésta es de 2013.

Ya he comentado más de una vez que uno de mis proyectos es leer todos los libros de la Serie del Recienvenido del FCE. La editorial estatal mexicana encargó al argentino Ricardo Piglia rescatar títulos que hubieran sido olvidados dentro de la fértil narrativa argentina del siglo XX. A Piglia le dio tiempo a elegir y publicar trece títulos antes de su muerte en 2017. Con La muerte baja en el ascensor de María Angélica Bosco (Buenos Aires, 1909 – 2006) ya he leído cinco títulos de esta colección. Los anteriores han sido Nanina de Germán García, Hombre en la orilla de Miguel Briante, El mal menor de C. E. Feiling y Río de las congojas de Libertad Demitrópulos.

Me pasé por la nueva librería madrileña Lata Peinada, especializada en literatura latinoamericana y, entre otros libros, compré La muerte baja en el ascensor simplemente porque Piglia lo había incluido en su colección de rescates y este me parecía suficiente aval. De María Angélica Bosco no había oído hablar nunca. En el prólogo que Piglia escribió para La muerte baja en el ascensor, y en la nota de contraportada, descubro que esta novela se publicó por primera vez en la colección El Séptimo Círculo, que nació en la Argentina de 1945 y estaba dirigida por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Además este libro ganó el premio Emecé de novela.

Casi toda la carrera literaria de María Angélica Bosco se desarrolló dentro del género policial, y dice Piglia que La muerte baja en el ascensor es «una de las mejores novelas policiales escritas en Argentina».

Nos encontramos ante una novela corta y, por tanto, es necesario que el conflicto ‒en este caso «el muerto»‒ aparezca pronto. Nos encontramos en la calle Santa Fe, una de las más pudientes de Buenos Aires. Piglia señala que, por ejemplo, en las novelas de Arthur Conan Doyle los crímenes que investigaba Sherlock Holmes no ocurrían en los barrios bajos sino en los ricos, en los que Conan Doyle sabía que vivían la mayoría de sus lectores. Y este es el paradigma que sigue Bosco en su novela. A las dos de la madrugada, el disoluto Pancho Soler regresa borracho a su apartamento de la calle Santa Fe. En el ascensor del edificio se va a topar con una sorpresa muy inesperada: una bella mujer rubia baja en este ascensor, apoyada contra la pared, no termina de salir. Pancho va a descubrir que está muerta. Pancho se sentará en uno de los sofás de la entrada, embebido de una turbia sensación de irrealidad. No mucho después llegará al edificio el médico y residente Adolfo Lucher. Al encontrarse en mejores condiciones que Pancho, se mostrará más resolutivo. Lucher hace nueve años que llegó desde Europa a la Argentina. Estamos en 1954 y, por tanto, Lucher emigró justo cuando acabó la Segunda Guerra Mundial. No será el único personaje que ha emigrado a Buenos Aires desde Europa, y pronto el lector empezará a entender que es posible que el crimen de Frida Eidinger (así se llama la joven muerta del ascensor) se deba a causan que se engendraron y se quedaron pendientes del Viejo Continente.

¿Los emigrados a Buenos Aires que viven en este pudiente edificio de Buenos Aires son nazis, o aliados de los nazis, o por el contrario pertenecen a sus víctimas?, será una de las más interesantes preguntas que van a surgir en la lectura de este texto.

El lector conocerá a Andrés y Aurora, el portero del edificio y su mujer, y con ellos a todos los vecinos. Cada una de las familias burguesas, que esconden sus secretos y miserias, puede ser sospechosa de haber cometido el asesinato. También nos serán presentados los policías que van a llevar el caso: el comisario inspector Santiago Ericourt y el joven ayudante Ferruccio Blasi.

La investigación sobre la muerte de Frida Eidinger se irá complicando cuando aparezca más cadáveres por el camino, quizás personas que se han suicidado (una posible hipótesis sobre la muerte de Frida) o que han sido asesinadas. Como suele ocurrir en las grandes novelas policiales (estoy pensando en El sueño eterno de Raymond Chandler), la trama es acelerada y algo confusa. Como también suele ocurrir en las grandes novelas policiales, al menos en las clásicas (y de nuevo podemos pensar en El sueño eterno) aparecerá aquí una joven, que quizás sea una «mujer fatal». Se trata de Betty, la hija de un hombre enfermo, postrado en la cama, a quien cuida la joven madrastra de Betty.

La novela está escrita en tercera persona, con un lenguaje certero, que no deja de ser irónico. En algunos momentos el narrador permite que el lector tenga más información que la investigada por la policía y en otras ocasiones policía y lector caminarán a la par. Además el lector podrá acceder al cuaderno de notas de algún policía y así se cambiará el registro narrativo.

He citado ya a Raymond Chandler como una de las posibles influencias de esta novela, pero sí que deberíamos añadir que, sin embargo, La muerte baja en el ascensor no cuenta con la baza de tener un detective tan carismático como Philip Marlowe. Aun siendo unos personajes interesantes, Ericourt y Blasi no acaban de tener la suficiente química entre ellos para ser una pareja memorable de policías. «Los hechos hacen la investigación por su cuenta», le dirá Ericourt a Blasi, y esta frase sí me parece memorable. Más interés tienen para el lector, en realidad, los sospechosos que viven en el edificio y su nebuloso pasado europeo. En este sentido, además de una novela policial La muerte viaja en ascensor acaba siendo también una crítica de costumbres de la alta sociedad bonaerense de los años 50.

Otro tema sobre la influencia de Raymond Chandler y el policial clásico sobre el libro de Bosco: la mirada sobre la mujer. Es habitual que personajes como Philip Marlowe tengan una visión anticuada de la realidad, ya que son personajes que atraviesan un mundo corrupto y quieren restaurarlo en función de unos valores tradicionales. En este sentido, alguien como Marlowe no va a ver, en principio, con buenos ojos que una mujer deje a su marido, por ejemplo. Nada extraño con la moral de la época en la que Chandler escribió sus novelas, en las décadas de 1940 y 1950. Diría que Bosco ha leído a Chandler y a escritores similares y ella asimila para sí su modelo novelístico. En este sentido, en La muerte baja en el ascensor tiene personajes que hacen apreciaciones generales sobre las mujeres, y no sobre los hombres, lo que no deja de ser machista. Por ejemplo, Pacho Soler pensará esto: «Las mujeres inevitablemente concluyen por decir que se las deja solas»; el inspector Ericourt: «Admitamos que hay mujeres que no necesitan ser inducidas para crear un clima de tragedia»; el portero Andrés: «cosas de mujeres», «La mía no me deja en paz». En este último caso, podríamos pensar que se trata de una ironía de Bosco, porque la información se muestra así: «Andrés se presentó. Hubo un prólogo en el cual el inevitable estribillo, “cosas de mujeres”, “la mía no me deja en paz”, se repetía con unas confusas apreciaciones sobre “la vida privada”». Sí que podría ser interesante analizar el personaje de Rita, la hermana del siniestro vecino Czerbó, un húngaro con un más que dudoso pasado europeo. Rita es una mujer que vive sojuzgada a la sombra de su hermano y su situación sí se denuncia en la novela. Pero, en cualquier caso, diría que La muerte baja en el ascensor, pese a estar escrita por una mujer, sigue las reglas de construcción de los modelos de novela negra norteamericanos creados por hombres como Raymond Chandler o Dashiell Hammett, sin desmerecerlos, pero sin dar sobre el género una «mirada más femenina» que la de sus predecesores varones. En cualquier caso, La muerte baja en el ascensor debería ser una novela perfectamente disfrutable para cualquier aficionado actual al género policial.

Artículo de David Pérez Vega

David Pérez Vega nació en Madrid en 1974. Trabaja como profesor de Economía en un colegio. Reseña libros en su blog Desde la ciudad sin cines, que comenzó su andadura en julio de 2009; en su canal de YouTube, Bienvenido, Bob; y colabora con diversos medios culturales. Ha publicado cuatro novelas (Caminaré entre las ratas, Los insignes, El hombre ajeno y Acantilados de Howth), un libro de relatos (Koundara) y dos poemarios (El bar de Lee y Siempre nos quedará Casablanca). Ha vivido en Móstoles y actualmente lo hace en Madrid.
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